Me acuso de sufrir
un cierto escozor todo el fin de semana. En el mundo de los imperfectos yo soy
de los que más y no tengo ningún derecho (ni creo que él me lo permitiera) de
sentir mayor duelo que otros cientos de miles. Pero así están las cosas,
presidente, a qué negarlas. Porque a él, presumo, no le importaría el revolutum, pues, de largo, practicaba un
cristianismo verdadero y ¡tanto! le gustaba la gente que difícilmente veía la insinceridad
en casi ningún otro. No se confunda esto con no andar prevenido sobre cuatro
desalmados, que a alguno caló tempranamente.
Milité casi una década en el CDS de Suárez, en Madrid, que éramos cuatro gatos en primera hornada (en Murcia serían dos a lo sumo), y pasando junto a él un puñado de veces sólo dos de ellas cruzamos cuatro palabras. Y no por mérito mío si no porque aquella sede central era una destartalada planta en pleno centro madrileño (metro Alonso Martínez), grandote como despacho minúsculo como sede nacional, de pasillos de metro y medio, puertas repintadas o acristaladas, paredes níveas y tarima ancha que pisé unas cuantas veces hasta el 87 y después uno o dos a lo sumo.
Así que no tengo ninguna anécdota graciosa que contar más de constatar que te hacía sentir suyo (o tuyo él) votaras lo que votaras. Y allí se supo, porque así lo quise, que yo voté a González el 29-O del 82, tres días antes de afiliarme al CDS y fui de los que estaban, un poco lejos, al cuidado de José Ramón Caso. Jamás me he arrepentido (ni ocultado a pretéritos amigos ni a votantes recientes) de aquellas dos decisiones tomadas en tan corto espacio de tiempo.
Y finalmente, unos meses antes de él, abandoné el partido y, libre de toda atadura, comencé a reivindicar tanto a la persona como al personaje y defender la justicia y valentía de la dimisión, que él usó en dos ocasiones pero con idéntico objetivo: “Si yo soy el problema, entonces no hay problema alguno”. Da la impresión que su audacia, autoestima y ambición de servicio, sólo pudiera frenarla una reflexión interna de primera magnitud: la Democracia en España, esa España suya, nuestra y mía a la que con orgullo pero sin jactancia muchos le llamamos Patria, País y Nación.
En 2012, concejalillo independiente, quise que mi pueblo honrara en triple memoria los nombres de Suárez, Mellado y Tarancón con una calle o paseo ¿y por qué no en apretada y unitaria nominación? Los tres pertenecen a todos y nadie puede servirse de ellos más que otro alguien. Todo agnóstico puede sentirse amparado por el cardenal. Todo pacifista encontraría defensa y cobijo en el general. Y ningún demócrata, en suma, sería ajeno o desconocido por el presidente. Entonces, buscando en nuestra memoria, hallaremos la de aquél (y la de otros con él) y veremos que merece la pena revivirla. La misma memoria que huyó de él para hacerle más soportable los años oscuros.
Y ciertamente le despedimos con tan triste dolor; pero seamos sinceros, ya le despedimos antes, mucho antes que él se despidiera, no intencionadamente, de nosotros. Es lo que tienen los GRANDES HÉROES CIVILES, que sólo tras marcharse completamente, tiempo mediante, nos son devueltos. Y sí, convendremos muchos que fue –es- un hombre trascendente, pues trascendental ha sido su legado… aunque llevemos quince o veinte años viviendo de las rentas de la democracia real y Real democracia en la que tanto creyó, por la que tanto dio. Otros también tanto, por supuesto. Pero más que él, ninguno.
José
Luis Vergara, concejal de Ciudadanos-CCCi, ex-miembro de CDS-Madrid.
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